domingo, 15 de enero de 2012

MÁS ALLÁ DE ACÁ

Afuera el viento helado, se divierte formando remolinos de polvo.
En el salón, la señorita Amanda explica con su voz tranquila, el error de la oración que garabateo una niña de pelo largo. No puedo dejar de mirarla, sus gestos, la forma en que mueve las manos señalando el pizarrón.
Me transmite una enorme calidez, me ayuda a escapar de ese eterno invierno en el que vivo.
Una aparición irrumpe, trayendo el viento helado consigo.
Mi madre esta ahí parada, en la puerta, con las manos juntas atrás y la cabeza gacha.
-Señora, buenos días, ¿en que puedo ayudarla?
-Vengo a buscar a la Mónica.
-Muy bien. Mónica, prepara tus cosas.
Salgo caminando despacio, como en un sueño. A mis espaldas, la voz de la señorita Amanda, flota en el espacio.
-No te olvides de preparar la lectura para mañana.
Camino unos pasos atrás de mi madre.
Los remolinos de tierra lastiman mis piernas. Quiero preguntarle porque fue a buscarme al colegio, pero no me animo, tiene el ceño fruncido y los ojos entornados.
Entramos a la casa y veo a mis hermanos todavía acostados. Están acurrucados en la cama, tapados hasta la cabeza.
Esta oscuro y huele a sucio. Sobre la mesa los platos de anoche siguen con las sobras resecas.
Mamá prende el brasero con unos papeles y pone los últimos pedazos de carbón a quemar.
-Está helado acá.
-¿No me digas, Che?
Ahí esta mi madre usando esa voz que hiere. Delante de otros, habla bajito y con miedo. Pero muchas veces, cuando nos habla a nosotros, parece que fuéramos culpables de algo que solo ella conoce.
-Mañana te venís conmigo a trabajar al criadero.
La orden, la sentencia, me pega como si me hubiera abofeteado. Me quedo quieta tratando de acomodar los pensamientos que se atropellan adentro de mi cabeza.
Acaricio el libro de tapas azules que me regalo la señorita Amanda.
Un libro lleno de historias con personajes, que luchan incansablemente. Siempre triunfa el bien y los malos reciben su justo castigo. Es todo mentira.
Ni me doy cuenta que mamá se acerca y me arranca el libro de las manos.
La veo ir al rincón y tirarlo al brasero. Se reaviva el fuego, llamas anaranjadas abrazan a los héroes de los cuentos que no tienen poder para defenderse de la realidad.
Miro hipnotizada el fuego mientras lloro en silencio.
Mi madre habla sobre el trabajo que consiguió para mí.
Por fin se calla y empieza a ir de acá para allá. Saca las cosas de la mesa y pone todo junto en el tacho formando un revuelto grasoso.
-Dale Moni. Abriga un poco a tus hermanos y te vas para el almacén, decile a la Eloisa que necesitamos harina y leche. Háblale bien, me escuchas, si se puede unos fideos también. Decile que cuando me pagan voy para allá. Ah, pedile un vino.
Otra vez afuera. Camino como si flotara, ya ni siento el frío.
El almacén me recibe con su eterno olor a fiambres y quesos, mezclado con pis de gato y vino agrio.
El hambre que atenaza, me recuerda que no comí nada desde el arroz hervido de la cena.
Hay gente, así que me quedo en un rincón acariciando al gato. Me da vergüenza pedirle cosas a Eloisa.
La observo, habla con todos a la vez, casi a los gritos, se ríe y entorna los ojos haciendo cuentas.
Detrás del mostrador queda medio oculta por toda la mercadería desparramada o colgando del techo, pero cuando sale de ahí, moviendo su enorme cuerpo, despide un perfume fuerte y desagradable.
Finalmente todos se van y ella me clava unos ojos chiquitos y oscuros.
Arranco con el pedido en voz baja.
-Mamá dice…
-Decile a tu mamá que está grande la cuenta.
-En cuanto cobra…
-Si ya sé.
Suspira y agarra una caja. Va poniendo las cosas y hace gestos de fastidio cuando le pido el vino.
Mientras llena la botella, empieza otra vez con lo de siempre.
-Tu mamá si que no supo hacer las cosas. Vos tenes que ser más viva. Lejos de ese rancho en el que vivís, hay otras cosas Mónica.
Mientras anota todo en una mugrosa libreta, pienso en lo que dijo. “Hay otras cosas” ¿Qué otras cosas puede haber?
-Que haces Mónica, anda de una vez.
Agarro fuerte la caja y le digo gracias.
Me viene a la cabeza un cuento del libro de tapas azules. Una doncella hermosa, lloraba en una torre, esperando a un valiente príncipe que la rescataría de su miserable vida.
Salgo del pueblo con la única compañía del viento y el frío. Miro a mí alrededor, todo es gris.
La tierra, los árboles desnudos de hojas, las casuchas desparramadas a los costados del camino
No importa cuanto llore, ningún príncipe vendrá jamás a un lugar tan gris.
Camino cada vez más rápido, la caja se me hace demasiado pesada. Siento como las cosas se golpean y pienso, voy a romper todo, mamá se va a enojar.
Me río. Me río a carcajadas y suelto la caja. Pega contra la tierra haciendo un ruido seco.
No puedo dejar de reír.
Lloro de risa.
Entre las lagrimas veo el revuelto de harina y fideos que armo el viento.
La leche y el vino se mezclaron formando un charco rosado.
Paso sobre las cosas con mucho cuidado.
Empiezo a caminar. Camino por horas, la noche me encuentra al costado de una ruta solitaria.
Estoy en el camino que me llevará más allá de acá.


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